Cómo aprendí a ser compasiva conmigo misma y con los demás
En el mismo momento en que me senté a escribir este artículo (el título ya puesto) recibí una llamada de una amiga a la que quiero muchísimo. Esta amiga me dijo que la he lastimado y decepcionado en una situación que ocurrió recientemente.
Me sentí conmocionada. ¡Nunca quise lastimarla! Tenía muchas buenas intenciones al hacer lo que hice, pero obviamente, terminó en lastimarla.
¡Lo sentí muchísimo! Me enfrenté a sentimientos de vergüenza, culpa, enojo, impotencia, pero todo lo que pude hacer en esa situación fue a decirle lo mucho que lo siento y lo mucho que me arrepiento de cómo fueron las cosas.
Hace un par de años, me habría sentido abrumado por la culpa y destrozado por mi fracaso.
Me habría sentido mal durante días, andando por ahí con ese sentimiento constante de fracaso y tristeza. Habría tenido una charla de mí mismo que era algo así:
“¡No puedo creer lo estúpido que soy! ¿Cómo es posible que no me diera cuenta antes que antes tenía que hacer las cosas de otra manera? Esas cosas siempre me pasan a mí. Nunca llegaré a ningun lado en mi vida, ¡siempre meto la pata! ¡Soy un gran fracaso!”
¿Hoy?
Inmediatamente después de esa llamada telefónica, aún frente a mi computadora, miré el título de mi artículo, sonriendo a través de algunas lágrimas.
“Cómo aprendí a ser compasiva conmigo misma y con los demás”.
Bueno. En realidad, exactamente a través de situaciones como ésta.
A través de momentos en los que me enfrento a situaciones en las que he metido la pata. Situaciones, en las que tengo que reconocer que no estuve a la altura de lo que hubiera sido correcto o sabio de hacer. Situaciones en las que otros son heridos por mi inmadurez, mi ignorancia o mi percepción.
Cuanto más cercana es la relación, más difícil es enfrentarse a tales situaciones.
Hay dos tendencias de cómo reaccionar aquí:
- Uno puede, como lo habría hecho en el pasado, sentirse un completo fracasado. Estar abrumado por la culpa y la vergüenza, y culparse a sí mismo.
- La otra manera sería no reconocer nunca nuestra responsabilidad. Culpar a cualquier otra persona en lugar de admitir que hicimos mal a alguien, que fallamos en nuestro intento ser ese amigo/padre/esposo/jefe/ o empleado que queremos ser.
Hoy mi respuesta es muy diferente.
En ese momento al teléfono, me aseguré de escuchar lo que mi amiga tenía que decirme. Le dije que sentía mucho que mis maneras de hacer las cosas la hicieran sentir así.
Después de colgar, me sentí muy mal y muy arrepentida por la forma en la que la lastimé.
Sin embargo, me negué a ir en ese camino de culpabilidad. Me negué a culpar a otras personas. En ese momento, no pude hacer más para arreglar la situación.
Pero yo sabía por experiencia que esto no cambia nada en cuanto a mi valor.
Esto, porque sé profundamente que no soy quien soy hoy debido a mi perfección ni a mi propia justicia.
No es mi capacidad, mi habilidad y mi asombrosidad lo que me trajo aquí.
Es más bien al revés. Debido a que experimenté la gracia de Dios, Su misericordia y Su compasión en mi vida, hoy estoy en un lugar donde puedo vivir una vida de plenitud a pesar de las situaciones en las que fallé en ser quien -en esta situación esa amiga- que quiero ser.
Hoy en día, tales situaciones me hacen humilde y profundamente agradecido.
Hacen que mi corazón se mueva por la gracia y la compasión que Dios tiene por mí – y por cada una de nosotros.
En lugar de culparme a mí mismo o a otros, bendigo a todas las personas involucradas en tales situaciones.
Doy gracias a Dios por su gracia, su amor, su bondad y su capacidad de tocar nuestras vidas, transformarlas y ponerlas en armonía con Él.
Dios no tiene miedo de nuestros fracasos y de las situaciones en las que nos equivocamos. No le asusta nuestra humanidad.
Y eso es lo que amo de Él.